Charlene nació en Amsterdam el 30 de junio de 1954. La
familia de su madre, Lucille Cumming, norteamericana natural de Kentucky, era
dueña de diversas destilerías de bourbon. Precisamente el mismo año en el que
Charlene vino al mundo, Freddie había recuperado para los Heineken su
participación mayoritaria en una empresa que su abuelo creó y su padre vendió.
Gerard Adriaan Heineken (1841-1893), el patriarca y fundador, se hizo en 1864
con la firma cervecera Haystack (sus orígenes se remontaban a 1592), a la que
cambió el nombre y con la que marcó la diferencia introduciendo, por vez
primera, el control de calidad. Pronto se convirtió, dentro del sector, en la
firma más poderosa de Holanda. Cuando Freddie recompró las acciones tras
conseguir un préstamo de 122.000 libras (cuenta la leyenda que, para
impresionar, se plantó en la puerta del banco con un Rolls-Royce de alquiler),
puso en funcionamiento el arsenal de enseñanzas y doctrinas adquirido a lo
largo de sus años de estudios en Estados Unidos. No sólo manejaba el márketing
con especial habilidad; su genio creativo tiñó su marca de un verde bastante
indiscreto y la hizo mundialmente grande. «Yo no vendo cerveza, vendo alegría»,
decía.
Se licenció en derecho por la
Universidad de Leiden en 1974. Completó sus estudios con una diplomatura en
lengua francesa y pronto empezó a trabajar, primero en una agencia de
publicidad y después en un estudio de arquitectura. La discreta hija del
magnate cervecero siempre tuvo claro que dedicaría su vida a sus propios
asuntos y rehuyó la vida de lujo y ostentación que llevó su padre, el
propietario de Heineken, muy relacionado con la familia real holandesa, a
quienes incluso solía prestar su yate.
Pese a todo, Charlene nunca descartó
la posibilidad de trabajar para la empresa que con tanto trabajo construyó su
padre y, finalmente, cedió a los deseos de éste.
Charlene Heineken se casó con Michel de Carvalho,
un ex actor de padres anglobrasileños que participó en la superproducción Lawrence de Arabia, y que también formó parte del equipo de esquí del
Reino Unido en los Juegos Olímpicos de Invierno de Grenoble ’68, Sapporo ’72 e
Innsbruck ’76. Carvalho demostró pronto que estaba dotado para el mundo de los
negocios, pero tuvo mucho cuidado en mantenerse a la sombra de su esposa, quien
de una manera progresiva asumió varios cargos de responsabilidad en Heineken. A
principios de la década de los ochenta, Charlene se introdujo en el sector
cervecero y trabajó en varias fábricas de la empresa en los Países Bajos y
Francia.
En 1988 Freddy Heineken consideró que
su hija ya estaba preparada para asumir responsabilidades, y la futura heredera
fue nombrada miembro del equipo de dirección de Heineken, cargo que ocupó
durante catorce años y desde el que aprendió todo sobre el mundo de la cerveza
y de los negocios en general. Pese a ello, siempre mantuvo la máxima discreción
y declaró en repetidas ocasiones que prefería pasar el tiempo libre en compañía
de su familia.
El 3 de enero de 2002 falleció Alfred
Heineken. Charlene, pese a las reticencias iniciales, asumió la dirección de la
empresa entre un mar de dudas sobre el futuro inmediato de Heineken. Criticada
por los biógrafos de su padre, que trazaron de ella un perfil poco empresarial,
también se le atribuyeron cualidades e inteligencia suficientes para manejar
con éxito la empresa.
La lucha entre los partidarios de
conservar el poder familiar y los de exponerse a ofertas agresivas para crecer
estaba servida. En 2003, Heineken pasó a ser la primera compañía cervecera de
España merced a la compra de las españolas El Águila y Cruzcampo; entonces tuvo
lugar el relevo del presidente ejecutivo y mano derecha del patriarca, Karel
Vuursten, por el segundo de a bordo, Tony Ruys.
Una de las pocas declaraciones al
respecto de Michel de Carvalho fue que el cambio significaba «continuidad» en
la política tradicional de la empresa. Por el contrario, los analistas
aseguraron que, pese a ignorar cuál era la implicación de Michel de Carvalho en
la compañía, sus aportaciones a Heineken habían transformado ligeramente la
política tradicional de la casa.
A principios del siglo XXI la empresa
se debatía en un agresivo mercado en el que era imprescindible tener liquidez
para invertir en la adquisición de marcas, y su máxima rival europea, la belga
Interbrewer, amenazaba con arrebatarle el lugar de privilegio que tanto le
costó conseguir al patriarca Heineken. Pero, a la vez, el control familiar que
ejercía la flamante presidenta, aconsejada y apoyada por su marido, la libraba
de ser absorbida por Coca-Cola y otras multinacionales del sector.
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