En la era Nazi Coca-Cola en Alemania vendía casi 4.5 millones de botellas al año. Estaban en funcionamiento 43 fábricas y otras 9 en construcción. El Mariscal Goering permitió la importación del ingrediente secreto 7X para la elaboración de Coca-Cola, ya que como más tarde se sabría, pretendía nacionalizar la empresa y así apropiarse de la fórmula.
Hasta 1942, el suministro de Coca-Cola era más o menos estable, aún estando en guerra, pero cuando se dejó de importar, los empresarios alemanes dueños de las embotelladoras, entre ellos Max Schmeling, campeón mundial de boxeo, tuvieron que ingeniárselas para mantener y rentabilizar sus fábricas. Había que crear una nueva bebida que posibilitara mantener en marcha todo el costoso equipo instalado. Se pensó en un refresco afrutado, aprovechando los sobrantes de los sobrantes, endulzado con sacarina y variando la calidad y cantidad de frutas con la disponibilidad de existencias. Todo esto llevó a la creación del precedente de una bebida tan famosa como Coca-Cola. Estamos hablando del refresco que hoy todos conocemos como Fanta, nacida bajo régimen nazi, pero de miras mucho más amplias. Se registró la nueva bebida en Alemania, se creó una botella distintiva y se vendió lo suficiente como para mantener a las empresas activas durante el tiempo de guerra, incluso después de que los EE.UU. entraran en la contienda.
En territorio nazi, en plena batalla y siendo Coca-Cola una marca "non grata", los embotelladores se atrevían a incluir la frase "es un producto de Coca-Cola Gmbh" en las etiquetas, ya que así disponían de cierta garantía de calidad de cara al consumidor nacional. En 1943 se vendieron más de 3 millones de cajas, aunque la mayoría de las veces se utilizaba para endulzar las infusiones, ya que el azúcar estaba rigurosamente racionado.
Para mantener el equilibrio con el gobierno nazi, los embotelladores se veían con la obligación de prestar sus camiones de reparto para el transporte y distribución de agua. Para evitar que las botellas de Fanta fueran destruidas en los continuos "raids" aéreos, eran almacenadas, llenas de agua para evitar las vibraciones, en cuevas y pozos de minas. Pero a pesar de todos los esfuerzos por salvar los envases, nada pudieron hacer por preservar sus fábricas. Las 43 embotelladoras fueron destruidas.
Al final de la guerra, el gobierno nazi instó a la compañía, bajo amenaza de deportarlos a un campo de concentración, a cambiar su nombre en un plazo máximo de dos días. Por suerte para todos, Hitler se suicidó el día después.
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